La Tortuga de la Señorita Brown

Sólo en invierno, cuando la madera cruja más que de costumbre, le escribiré. Con tinta china lo haré. Le escribiré “mi querida señorita Brown”, y me interesaré por la pequeña tortuga y su ceguera avanzada. Me abrigaré con la chaqueta que me regaló, y a medida que el frío mengüe, la chimenea apagaré. Vendrán los días anchos y las noches prietas en las que la recordaré rigurosamente. Pensaré en usted, señorita Brown, en usted y en Ludovica, su tortuga ciega. Auguro que ella casi ni saldrá por miedo a seguir golpeando su pequeño cráneo contra las paredes del patio (con los años que lleva encima el olfato también le habrá empeorado). Tardíamente, usted acondicionará su espacio inferior: acolchará patas de sillas, pies de columnas y rodapiés. Golpe a golpe perderá aceleradamente la visión y, enajenada, le morderá angustiosamente el tobillo en un día de excesivo calor. Le escribiré “¿cómo anda ese tobillo?”, enviándome usted instantáneas de la herida desde distintos ángulos y tamaños (consideraré dicho detalle como una muestra de cercanía y confianza; yo le corresponderé enviándole mis clavículas retratadas en el breve espacio de un fotomatón). Vendrán los días anchos y las noches quietas. Loduvica exhalará al pie de las cortinas en una preciosa tarde de agosto peruano. Sólo a partir de entonces incrementaré las misivas que deseé haberle escrito siempre. Saldré como alma que lleva el diablo con cada una de las innumerables cartas que le habré ido escribiendo. Cruzaré la avenida esperando que pase algún camión de mercancías e imitando a la pobre Ludovica mis pasos serán lentos y ciegos, definitivos hacia el buzón de correos que jamás llegaré a alcanzar. Espero no se altere cuando lea esta única carta que publicaré en uno de los diarios de la capital (no en esos que suelen manipular y confundir). La ausencia de quienes la quisieron -es decir Ludovica y este fiel servidor- la perseguirá por un tiempo y se lamentará no habernos procurado la atención que necesitábamos. Pensará alguna vez en darnos el alcance pero por favor, no lo intente. Nada sabemos lo que habrá después, señorita Brown. Tal vez inconsciencia absoluta, o peor aún, angelitos rubios tocando flautas y arpas por el resto de la eternidad. No lo haga por favor. No lo haga. Más bien le aconsejo cambiar de aires, vaya al hipódromo, apueste en la carrera de los galgos o cómprese un catalejo y estudie la velocidad de alguna estrella fugaz. No hay nada nada más triste que lo cotidiano ni nada más preciado que lo efímero.
Suyo por siempre,
Rodrigo Galápago De Barnola
© 2008 Santiago Antúnez de Mayolo
--> Joe Sorren - "Woman"
14 comentarios
Jeroni Maleuff -
hombre perplejo -
(!) Perplejos saludos
Santiago -
CioN -
Psyche -
Me ha conmovido mucho.
Menganita -
Buena redacción, sintaxis, tema, incluso la musiquita y ni hablar de las imágenes que seleccionas. Te felicito!
Menganita...
hector -
respondiendo a tu pregunta: si
saludos.
http://chinaskis.blogspot.com/
Santiago -
Eva: bienvenida nuevamente, prometo no esconderme en el caparazón por tiempo prolongado
Miryam: me alegra que te haya gustado la pequeña historia de la señorita Brown. Un beso
Miryam -
Miryam
Eva -
Muy bueno. espero que haya más de estos pronto. besos
raquel -
sólo tengo un pequeño pero que ya te comentaré...jeje
Marta Téllez -
Me tomo tiempo en leerte porque me gusta como escribes. Empecé con los microrrelatos y me enganché con todo lo demás. Simplemente leía y callaba pero este cuento me ha empujado a comentar. Soy ya la que te da las gracias por compartir todo esto.
(siento lo del inefable personaje)
Un saludo "señorito"
Santiago -
Gracias por tomarte el tiempo en leerme. Los comentarios los he readmitido después de un 1 año en que un inefable personaje(ex-amigo) dejó un artero mensaje. Ahora con la identificación de la dirección IP ya no quedo tan al descubierto.
Un saludo y gracias de nuevo por pasarte,
atte,
"señorito" Brown"
Marta Téllez -
Jamás pensé que unas clavículas retratadas pudiesen ser muestra de cercanía, y sin embargo hoy, son lo único cercano que imagino.
La ausencia de quienes quise me persigue; fui una "señorita brown", sin tobillos ni clavículas.