La Memoria del Aroma

Aquellos que me conocen saben que mi mayor cualidad no es precisamente mi memoria. Olvido charlas mantenidas algún tiempo atrás. Olvido a veces rutas recorridas anteriormente y creo no recordar ciertos rostros que mantuvieron conmigo alguna conversación, ni qué decir de los nombres a los que mi memoria recrea a su antojo, rebautizándolos como Policarpio, Genoveva, Absalón o Conchita Jaramillo. Una vez alguien me dijo que tenía memoria selectiva, y que sólo recuerdo lo que mi subconsciente quiere filtrar. No lo sé. No sé si desecho lo que no quiero recordar, ¡como si todo lo que no recuerde quisiera olvidar! Felizmente me valgo de mi nariz. Tengo una gran memoria olfativa. Conservo de manera exacta y definida cada uno de los olores de los colegios por donde pasé en mi intrincada vida escolar. Cada patio, cada zapatilla nueva, cada uniforme viejo, el primer día de clases con los útiles nuevos, el cabello de las niñas por las mañanas, el olor a sudor, a lápiz, a balón, a infancia, a pobreza, a clase media y a avena de colegio estatal, todo eso permanece intacto en mi memoria.
Por las tardes, me encerraba en mi habitación a hacer supuestamente los deberes. Pasaba horas y horas leyendo al Hombre Araña, Asterix, Fantomas y Mafalda. Mi colección era considerable por lo que casi nunca me aburría, y si eso ocurría, jugaba al fin del mundo con el muñeco que tenía de Batman. Lo arrojaba desde lo alto de mi pupitre, lo enterraba en el jardín o enemigos invisibles le clavaban agujas, pero Batman nunca moría (ni cuando libró la batalla del 78 contra El Hombre Nuclear en la tina de mi baño). Pero había algo que llamaba mi atención; el olor del disfraz, de su cabeza azul. Investigué. Le arranqué un trozo de cacho para ver qué había dentro. Acerqué mi nariz al pequeño orificio: un intenso olor a hule y pegamento subió por mis fosas, achinando mis ojos y haciéndome toser estentóreamente. No sé si fue el pegamento, el hule o una milagrosa lucidez pero, después de inhalar el cráneo hueco del pobre muñeco, hablé esa misma tarde con mi madre sin tartamudear, resolví arduas ecuaciones matemáticas, y dije mi primera frase en francés sin nunca haberlo estudiado.
Uno de esos días de semana, tal vez a las nueve de la noche, mi padre se alistaba para salir con mi madre a alguna reunión del Club de Leones que ella detestaba. Estuviese donde estuviese, sea en la primera planta, en mi habitación o jugando con el perro en la azotea, un aroma golpeaba mis fosas, quebraba sus finos vellos y daba el timbrazo eléctrico en mi cerebro. Mi padre se acababa de rociar algunos mililitros de Paco Rabanne tras las orejas, por los lados del cuello y en la solapa de su traje. Las veces que lo hizo estando yo en su cuarto viendo televisión fueron alarmantes para mi sensibilidad olfativa. Salía literalmente volando de su habitación, colapsado por tanta fragancia, abriendo mi boca como un buzón e inhalando por ella a fin de evitar ahogarme. El lado amable de todo esto era que veía a mi padre reír, y yo por supuesto exageraba un poco para verlo feliz.
A escasos cuatro días de mis 39 años, mi olfato sigue igual de agudo. Hay días que tengo que bajarme abruptamente del metro, sino es alejarme de algún señor al que le apesta hasta su diario de notas. Se imaginarán también las veces que me he visto acorralado por el camión de basura en algunas calles estrechas de Madrid. Pero a veces, afortunadamente, hay aromas que me llevan, me transportan como una pluma y me arrastran, me subvierten y me hacen cambiar de rumbo y de vereda; desde una ventana abierta con un plato casero recién servido a una peletería con modelos casi siempre pasados de moda. Me fascina el aroma del queso, el de los libros y el de los frondosos cabellos femeninos recién lavados. Me trastorna el aroma del curry, de la albahaca y de la tierra mojada tras una tarde de lluvia. Me conmueve el olor del sexo en la mujer amada, el de su piel, el de su saliva y el de mis sábanas cuando no está. Si me dieran a escoger en mantener sólo uno de mis cinco sentidos, escogería sin duda el olfato. Sin él, no tendría tacto para sentir la pasión, ni vista para indagar lo que me atrae, ni oído para auscultar, ni gusto para hallar el verdadero sabor de la vida. Mi único inconveniente es que, además de no poder oler la maldad ni la riqueza, soy incapaz de olerme a mí mismo. Sólo cuando me ducho huelo a fresas del campo, pero pasadas unas horas soy como el resto de los mortales, tan incapaz de olerse a sí mismo por más que llevemos una nariz pegada, grande y con vida propia como la mía.
(Texto escrito el 19 de diciembre del 2007 pero por un error interno de Blogia, lo ha recolocado como nuevo)
© 2007 Santiago Antúnez de Mayolo
"Das Parfum (Jean-Baptiste Grenouille)" - Uwe Heidschoetter
15 comentarios
Santiago -
Miryam -
Gracias por devolverme a Corpac y a los 70' aunque sea por unos momentos....
Paula -
un beso,
Ciruela -
Anabel -
Veronica Esparza -
Angeles (Mar) -
PD: Tb me molestaba y me sigue molestando la peste a colonia tan fuerte de mi padre y hermanos y que dejan por todos los rincones de la casa ejejjeejeee...pero ellos son felices !!! ;)
Psyche -
Me han encantado tus memorias del aroma y algo más... Son experiencias que han hecho marca en tu ser. Muy tierno ese recuerdo de tu padre alistándose para salir, y al colocarse el perfume, tú sales volando para no ahogarte, y exageras un poco para verlo feliz. Sin dudas, un recuerdo imborrable que te acompañará siempre.
Santiago, muy bello este vándalo interior!
Montse -
Sin embargo, vero que eres un artista escribiendo, lo que pasa es que no tengo la sensibilidad suficiente para entender tus escritos. Este sí, es fácil de entender. Por eso te lo comento, por eso no te dije nada en netlog. Algunos hemos callado los sentimientos, solo se sufre.
Menganita -
¿Qué tal los aromas del ayer?, te ha pasado que repentinamente y por una fracción de segundo el viento te regale el aroma corporal único de quien se ha ido? uffff es sensación incomparable!
Bueno ya! me gustó tu escrito, me vas llevando por todo lo que narras, voy oliendo lo que hueles, te voy imaginando nariz por delante y casi flotando persiguiendo olores jajaja, pero qué crees?...tampoco pude olerte sniff sniff...
Me gustó! como para guión de un cortometraje, por ejemplo.
Saludos.
Marta T. -
Ups! corrigo el comentario anterior: "... en las que lo unico que importa es lo que nos decimos..."
Marta T. -
Un saludo más!
Lúa -
Santiago -
Celebro la cercanía, igual ya nos conocemos,
s
Marta T. -
No puedo dejar de leerte, me resultas cercano. Es como si ya te conociese.
Saludos.